Resulta aburridor ver lo miserables que somos, que este país está poblado por gente tan pequeña que cree que la vida es algo que se da por sentado, un juguete irrompible, y no lo más frágil que existe, algo que hay que cuidar todos los días.
Somos tan impedidos que de alguna manera relacionamos un temblor con un atentado y con un partido de la selección y quedamos tan campantes, como si hubiésemos hecho una operación mental brillante. ¿Qué tipo de engendros somos? ¿Qué se puede pensar de nuestro sistema educativo y de nuestro nivel intelectual? Es posible que este no sea un país llamado Colombia, sino el Infierno mismo, y que nosotros no seamos seres humanos sino almas perdidas, y que no lo sepamos, así como Bruce Willys ignoraba que estaba muerto en Sexto sentido.
Porque en el fondo somos tan anormales que estamos esperando cualquier evento para desatar nuestro deseo de acabar todo, la muerte misma. Y da igual que sea un concurso de belleza, una marcha o un programa de televisión, cualquier suceso es excusa para destilar odio y agredirnos mutuamente. No hay consenso, no hay puntos en común, no hay sensatez ni voces que llamen a la calma en vez de a la destrucción. Y las pocas que pueden existir se ahogan en medio de tanto ruido.
Vivimos en una guerra de poder, de egos, de ideas y hasta de estrato social y de billetera, pero la disfrazamos de amor a la tierra, de ganas de hacer un país mejor. Es mentira, no nos interesa tal cosa, nos importa es figurar e imponernos, y si es posible, en el camino aniquilar al que es diferente.
Nos quejamos de nuestros políticos, pero eso es tremendamente injusto, si ellos son nuestro espejo, nuestros representantes, nunca mejor dicho. Podremos hablar pestes de su gestión, pero nunca nadie nos ha definido mejor que la gente por la que votamos. Cada vez que alguien critica a uno de ellos me dan ganas de conocer su vida, solo para comprobar que es un desastre y que la razón de su odio no es porque el gobernante de turno se esté equivocando, sino porque es su reflejo exacto y eso le incomoda más que nada.
Agotados estamos de esa gente egoísta que se hace llamar políticos, nuestro espejo, ya dije, pero que, igual, todo lo ensucian.
Qué cansancio el show en redes, que a la puerta de una clínica lleguen oportunistas de toda clase: copartidarios y adversarios, gente en busca de cámaras, likes y votos, todos poniendo cara de dolidos como si fuesen ellos el personaje central de la historia. Y que tras una oración suelten su discurso, su bola de demolición, su "No es por nada, pero...", y que después del 'pero' acaben hasta con el nido de la perra.
Aquí cada tragedia es natural y cada disparo es un juego de estrategias, una forma de sacar réditos. Politizamos a los muertos, los revictimizamos, los usamos a placer mientras fingimos dolor por atentados, inundaciones, injusticias y crímenes financieros, pero al final todo es política. Detrás de las palabras de consuelo no hay indignación ni solidaridad, sino cálculo, una oportunidad para desacreditar al rival y perpetuarse en el poder.
Agotados estamos de esa gente egoísta que se hace llamar políticos, nuestro espejo, ya dije, pero que, igual, todo lo ensucian. Se te pegan como sanguijuelas y te sacan toda la sangre. Ojalá fuera solo plata lo que se llevan, pero es que también chupan nuestra alma, nuestras ganas de vivir. Son un obstáculo que impide nuestro desarrollo personal, y con tal de rascar votos son capaces de llevarse por delante lo que sea.
Hoy todo en el país, las ventas y el estado de ánimo, cotiza a la baja, y en buena parte se debe a que lo único que queremos los ciudadanos es ser felices y que nadie nos joda, pero ellos no lo entienden, por eso siguen intrigando, conspirando en nombre del Estado y de la legalidad. Somos náufragos tratando de reflotar en el mar, pero agarrados a nuestras piernas tenemos a una cantidad de inútiles que hundirían a su propia madre con tal de seguir lucrándose. No son dirigentes, son una mafia, y en medio de su ambición nos están llevando al abismo.