Una evidencia concluyente de que la humanidad progresa es la evolución de la moral: ese conjunto de valores y normas de conducta que permiten vivir armónicamente en sociedad. Sé que me dirán que soy demasiado optimista, pero este es un hecho evidente.
No hay ninguna legislación en el mundo, por retardataria que sea, que no supere al Código de Hammurabi. Podemos creer en las enseñanzas de la Biblia, pero no seguimos algunas de sus prescripciones que consideramos no aplicables hoy. Los países que se rigen por la Sharia son (o debían ser) parias en el mundo moderno.
Este progreso moral lo expresó el reverendo Martin Luther King en su famoso discurso, durante su marcha a Washington, cuando dijo que "el arco del universo moral se inclina hacia la justicia". Pensando en esa frase, el escritor y director de la revista Skeptic (Escéptico) escribió un libro titulado El arco moral, en el que argumenta que la ciencia y la razón conducen a la humanidad hacia la verdad, la justicia y la libertad.
Filósofos, a lo largo de la historia, han avanzado hacia esa conclusión. El eticista Peter Singer, combinando acercamientos filosóficos, antropológicos y evolucionistas en su libro El círculo en expansión, llega a la conclusión de que la moral, que en un principio aplicaba solo a los de la propia tribu, ha venido siendo cada vez más incluyente. La moral es un "círculo en expansión" que incluye a todas las tribus, las naciones, las razas, los géneros, las culturas, en fin, a todos los humanos. De hecho, en los últimos años Singer se ha dedicado a convencernos de que en ese círculo se debe incluir también a los animales no humanos.
Hay riesgos de retroceso en lo logrado. Estas tendencias pueden devolvernos a una moral tribal, sacrificando siglos de evolución cultural.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos adoptada por las Naciones Unidas en 1948 es la expresión política de ese círculo en expansión. Hay que reconocer, sin embargo, que ningún progreso es lineal e irreversible. Los logros tienen que ser defendidos y reiterados; a veces se pierden y toca recuperarlos. En esta época convulsa (aunque tanto como otras) han surgido intentos para fragmentar ese círculo. Voy a mencionar tres de ellos, solo como alerta, porque cada uno merece análisis muchísimo más detallados. Tienen en común un discurso de progreso versus hechos que atentan contra él.
Hay una tendencia que pretende dispensar a algunas culturas de la obligación del cumplimiento de la Declaración Universal. Creen que por respeto a su cultura y sus tradiciones ancestrales se les debe tolerar cualquier acción, por condenable que sea. Así vemos, por ejemplo, grupos humanos que someten e irrespetan la dignidad de las mujeres, les prohíben la educación, las despojan de sus derechos civiles, y más. En nombre de igualdad y respeto se promueven desigualdad e irrespeto.
La polarización política extrema, que algunos reclaman como necesaria para que la sociedad funcione, está logrando una incomunicación total, y parte el círculo en dos elipses lejanas, sin o. Su fundamento no es la cooperación, sino una abierta animadversión. Revoca, de hecho, el derecho a la libre expresión porque la persona se ve constreñida a decir y escuchar solo lo aceptable en su grupo, de un menú también aceptable de temas. Una opinión diferente se condena socialmente como apostasía.
Otro peligro para el progreso moral es la corriente de "síntesis identitaria" (los wokes de la academia americana). Esta doctrina fragmenta las luchas por los derechos, en múltiples luchas identitarias; una fragmentación que hace explotar al 'círculo en expansión' en circulitos hostiles entre sí. Convierte la igualdad en un racimo de disparidades irreconciliables.
Hay riesgos de retroceso en lo logrado. Estas tendencias pueden devolvernos a una moral tribal, sacrificando siglos de evolución cultural.