La noticia buena de la semana es que el proyecto maligno, anticonstitucional y antidemocrático con el que se pretendía, suprimiendo las elecciones en forma arbitraria, alargar los períodos de los actuales gobernadores, alcaldes, diputados y concejales, dizque para emparejar los calendarios electorales –disparate mayúsculo–, se hundió en la Cámara. Felicitaciones a los representantes Ángela María Robledo, Germán Navas Talero y los demás cuya intervención fue decisiva para enterrar un proyecto que olía mal desde el principio.
La noticia mala es que un magistrado del Tribunal de Cundinamarca rechazó el recurso de apelación de la acción popular interpuesta por varios ciudadanos y ciudadanas para pedir una medida cautelar que proteja nuestro parque Nacional de las amenazas de destrucción que se ciernen sobre él por el proyecto infausto de la troncal de TransMilenio por la avenida 7. (TTM7). Lamentable decisión del magistrado. Triste victoria de la istración Peñalosa contra el patrimonio cultural, histórico y paisajístico de los bogotanos.
Poco habría que añadir a lo mucho que ya he escrito en esta columna, y a los argumentos contundentes que exponen en las suyas Cristian Valencia (‘Los dragones del TransMilenio’, EL TIEMPO, 30 de octubre 2018) y Juan Pablo Ruiz Soto (‘Transmilenio, ahora el aire cuenta’, El Espectador, 31 de octubre 2018), y a las opiniones de expertos científicos internacionales contrarias al empleo de buses de diésel en el transporte masivo urbano, como esa flota de chimeneas puestas en circulación el año 2000, cuando el señor Peñalosa, en su primera alcaldía, nos metió gato por liebre (TransMilenio por metro subterráneo) y nos ha estado envenenando el aire de la ciudad y, por consiguiente, el organismo de los habitantes.
No quiero decir que las chimeneas anteriores al año 2000 (busetas y ejecutivos) no fueran contaminantes. Claro que lo eran; pero reemplazar unas malas chimeneas por otras peores, en el sentido de la polución que ocasionan, como lo hizo el señor Peñalosa, no era ninguna solución, sino un agravamiento del problema. El llamado sistema TransMilenio bien podría rebautizarse como ‘TransmiVeneno’. Efectos en la salud de los ciudadanos que está generando el altísimo grado de contaminación producido por el diésel de TransMilenio o ‘TransmiVeneno’: las enfermedades respiratorias, mortales en muchos casos, en niños, en jóvenes y en adultos mayores, han aumentado en más del mil por ciento en los últimos diez años. Las enfermedades oculares, lo mismo. No necesitamos que la Organización Mundial de la Salud nos prevenga al respecto (‘La polución del aire está destruyendo nuestra salud’, El Espectador, 1.° de noviembre, 2018).
Podemos observarlo en la cantidad increíble de personas que a diario atestan los consultorios de las EPS, las prepagadas y otras del ya colapsado sistema de salud. El 85 por ciento de esos pacientes están afectados por problemas de salud relacionados con la polución ambiental y la contaminación desenfrenada del aire, de la que son culpables en un 70 por ciento los articulados de TransMilenio.
Ahora estamos presenciando el espectáculo grosero, y grotesco, de la rapiña entre los aspirantes a la torta de la licitación para ‘renovar’ la flota de buses de ‘TransmiVeneno’. Si se van a cambiar chimeneas viejas por chimeneas nuevas, ¿de qué ‘renovación’ habla la alcaldía? Entre los licitantes ávidos de hincarle el diente a esa tora de 3 billones y pico, hay uno que ofrece buses exclusivamente eléctricos. A esa oferta debería prestarse la mayor atención si se comprueba que su propuesta es seria, consistente y sostenible.
Bogotá necesita transporte eléctrico y multimodal. No puede seguir aferrada a un monosistema obsoleto, además de perjudicial. Ruiz Soto menciona en su columna, como ejemplo, la ciudad China de Shenzhen, “donde sus 12,5 millones de habitantes (4 millones más que en Bogotá) se transportan todos en un sistema de buses ciento por ciento sin emisiones”. La modalidad se está extendiendo a toda China, y en Europa y Estados Unidos tienen previsto que para el 2025, el sistema de combustible fósil ciento por ciento contaminante será historia.
Un modelo en el uso del transporte multimodal no contaminante podemos verlo en la ciudad de San Francisco, en California. Allí han logrado reducir la contaminación prácticamente a cero y llevar la movilidad a una eficacia del ciento por ciento. Una persona que vive en la periferia puede trasladarse al centro de San Francisco, o al sitio que precise ir, en cualquiera de los medios del transporte multimodal a su alcance, en diez minutos. En San Francisco utilizan el viejo y legendario tranvía, el tranvía moderno, metro subterráneo y una red de buses eléctricos, que incluyen el trole y otros sistemas. Los buses diésel han ido desapareciendo de San Francisco y no son más del 10 por ciento del sistema de transporte multimodal.
Algo así requiere Bogotá. Un plan ordenado y metódico de aquí al 2025 (o 2030, porque a los colombianos “todo nos llega tarde”, como vaticinó Julio Flórez) para montar el transporte multimodal sin emisiones de gas de efecto invernadero. No más ‘TransmiVeneno’ en la capital, señor alcalde.
ENRIQUE SANTOS MOLANO