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Opinión

Dos estrenos nacionales y un recordatorio

'Semilla del desierto', 'Positivo Negativo' y… 'El páramo'.

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PERIODISTA CULTURAL Y CRÍTICO DE CINEActualizado:

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En el recién establecido mes del cine colombiano, sea momento para reflexionar si la bonanza del último quinquenio debe medirse por la cantidad apabullante de largometrajes colombianos que, fugazmente, salen o no participan de los espacios comerciales y televisivos —por no hablar de plataformas—. Así se genera un 'cuello de botella' en su exhibición; esta se invisibiliza por mínima difusión, escaso público y taquilla irrisoria.
Semilla del desierto (Sebastián Parra, Colombia-Estados Unidos, 2024). Cinta promovida por el Fondo de Desarrollo Cinematográfico (FDC). Aunque sus locaciones fueron el Cabo de la Vela, Uribia y Manaure, su director asegura no hacer referencias directas a la península y que algo así pudo haber sucedido en cualquier lugar del país. Se advierte que estamos en 'la ruta del infierno', veámoslo: fuego por todos lados, contrabando y mercado negro de gasolina en la frontera… ladrones de carretera, corrupción rampante y peligros inminentes de conflagración social —el caos—.
Si perder la inocencia es su temática envolvente, un crimen ancestral es el karma de dos jóvenes enamorados. Entre mantas y mochilas, rancherías y espíritus protectores de grandes cactus que miran al cielo y se mecen en sagradas playas fúnebres, irrumpen carreras incendiarias de motorizados en Maicao y alrededores. Apellidos recurrentes de sus extras acreditados al final: Epieyú, Ipuana y Epinayú, también Urianas y Pushainas. Ganadora del Taiga de Plata en el Festival Internacional Espíritu de Fuego en Rusia, destacable su virtuosa iluminación en cobrizas tonalidades de chatarras oxidadas y grasas curtidas. En su cartel promocional: 
"Un mundo sin inocencia donde todos los caminos son de fuego". Gracias al equipo técnico y profesional de esta empresa, particularmente al equipo de cinematografistas.
Positivo negativo (David Aguilera, 2023). Experiencia sensorial y geográfica. Extraño documental, originado quizás por recuerdos del director, grabado a orillas del tranquilo río Sinú entre bongas, potreros y sombreros vueltiaos. Abre con una bellísima fotografía, con la cámara quieta por dos minutos: puente de madera, o quizás un muelle, orilla verde y aguas cristalinas, red protectora y, recostada sobre la baranda, una cicla y la quijada de un toro cachón. De pronto, unos lazos se sueltan y la cámara comienza a moverse, incluso nos damos cuenta de que zarpa el ferry y pasa al otro lado del Sinú para devolverse —otros cinco minutos—.
Vino entonces un segundo y tercer cuadro, ambos planos largos y sin cortes —niños nadando o corriendo y un viejo boga en una canoa con su extasiado nieto de pocos años—. Parecería que estamos ante una ópera prima naturalista, pero pronto el encanto se esfuma, ya que sin necesidad se suceden cuadros sueltos y secuencias prolongadas del deplorable estado físico del abuelo, de su tabaco masticado y de sus ulcerados pies. Se alternan escenas vistosas de corralejas, fiestas patronales cerca de Lorica y sanaciones con humo. Aunque se cita el Conjuro de Gómez Jattin, no hay historia acerca de "lo despreciable y peligroso que dicen haber sido".
Homenaje y proyecciones especiales de un autor tempranamente fallecido: El páramo (Jaime Osorio Márquez, Colombia, 2011). Entre la neblina y el desconcierto, acertada película colombiana de terror psicológico, producto de la guerra implacable contra un enemigo oculto e imaginario. El miedo ante lo desconocido cubre las desesperadas acciones del pelotón de búsqueda comandado por un débil teniente, junto con dos subalternos y seis soldados en alto riesgo. Relato de misterios y espantos que va de la mano con su brumosa atmósfera de parajes desolados, frailejones, asfixia y frío cortante. Cinta criolla de género, con la claustrofobia propia de una base abandonada y embrujada, cuyos interiores fueron ambientados en el matadero municipal.
Aunque sus personajes no estén del todo delineados, hay actores veteranos e intuitivos capaces de asumir el drama o las confusiones circundantes: oficial preso del pánico y la indecisión, sargento de grueso vocabulario, quien solo ve indeseables a su lado, y cabo dispuesto a enfrentar todas esas inexplicables agresiones. También, víctima golpeada que busca el cadáver del hermano herido en combate contra ellos mismos, defensor solitario de los derechos humanos y… caracterización horrible de bruja campesina o subversiva prisionera, al borde de la caricatura.
Cámara en mano, grises dominantes se envuelven en una espesura monocromática para solo distinguir el verde de los camuflados y algunos rastros de sangre en paredes y diarios de bitácora. Las penumbras marcan su territorio en socavones con desenfoques constantes y oscuridades progresivas, sin matizar los claroscuros de hoyos o rincones bajamente iluminados. Banda sonora, esa sí excelente, que capta la ventisca helada y el rumor del silencio mediante mezcla de ruidos directos, efectos ambientales, música incidental y edición de pistas alternativas.
Críticos expertos del Festival Internacional de Cine Fantástico, en Sitges (Cataluña), le otorgaron el premio Ciudadano Kane a su director revelación, Jaime Osorio Márquez (1975-2021). Al rastrear el género terrorífico, con afinidades temáticas y de contenido, El páramo logra llevar al espectador hacia un estado permanente de tensión mediante sucesos encadenados y tendenciosos no plenamente justificados. Además del ejercicio de estilo expuesto en sus imágenes, son destacables los objetivos de la productora Rhayuela Films para superar tenaces condiciones de rodaje en una subida diaria con equipo al páramo.

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